Decálogo
del orador.
En
memoria del maestro José Muñoz Cota.
La palabra en espiral se eleva y va
tomando fuerza y altura… mientras sus vientos internos quieren escapar de su
núcleo… la palabra del hombre se forja con su espíritu, con sus virtudes pues sabe
que “Hablar en público, y hablar bien es un privilegio; pero al mismo
tiempo una responsabilidad”, eso lo sabia nuestro
maestro José Muñoz Cota, quien como digno ejemplo, vivió conforme a su verbo…
convenció con el ejemplo, encabezo una revolución humanista, rodeado de jóvenes
virtuosos, entusiastas, libres.
La palabra construye pasajes de
libertad, amor, confianza y por ello “El orador señala caminos; tiene el
compromiso de no equivocarse”, cuando un hombre honra su palabra, será
un hombre honorable, distinguido y cuya probidad será acompañada por aquellos
que han despertado.
El orador deberá estudiar, beber de
la fuente del conocimiento, sembrar en su mente la semilla del discernimiento y
regarla con gotas de pericia, prudencia, talento e intuición, pues la inopia
cultural e impericia oratoria solo te llevará al fracaso, “Que
no hable quien no sepa lo que dice. La cultura universal no es un instrumento
para el éxito del discurso; es el alma de la palabra, la tribuna no es asilo
para la ignorancia”.
Fuerte es el gis con que el maestro
plasma el conocimiento… con las manos llenas de experiencia, el maestro da
forma a sus palabras, es el constructor de los cimientos de jóvenes ávidos de
conocimiento, así es el orador quien como “El artesano hábil
cuida sus herramientas de trabajo; el orador estudia y pule su lenguaje. Abreva
en el modelo de los grandes maestros”.
Hay que convencer seduciendo a las palabras, enamorando
al cielo para alcanzarlo, hay que hablar con franqueza sin descuidar la
gallardía y delicadeza del verbo, porque “Todo fondo implica
forma; no hay discrepancia. La verdad no está reñida con la belleza. Persuadir
y conmover son tiempos unidos del estilo discursivo”.
Cuando se altera la
fluidez del espíritu: tu palabra se traba, se tropieza, se frena… cae en un
pantano… cuando tu palabra traiciona a tu ser te vuelves un ser vil, sin honor
ni palabra, “Los enemigos de la oratoria son los tartamudos de la conciencia. Pensar
y expresarse son partes de la vida indivisible y única”.
No dejes que tu espíritu
se transforme en un ser obscuro y vil, pues como orador “Tarde o temprano el orador habla
en nombre de su patria y se transforma en guía, en orientador, en maestro”,
ese es el honor más grande que un hombre puede tener.
Así como cultivas el
conocimiento “La conciencia nacionalista se manifiesta mediante la expresión.
Conciencia y expresión son ejercicio vital”, siempre actúa pensando en
el bien común de tu nación.
Pablo Neruda escribió:
no sé quien eres,
pero
una cosa te pido,
no te vendas.
...
No, aire,
no te vendas,
que no te
canalicen,
que no te
entuben,
que no te
encajen,
ni te compriman,
que no te hagan
tabletas,
que no te metan
en una botella,
cuidado!
Así “La
oratoria de los jóvenes es el espejo de su personalidad; ni se empeña ni se vende”.
La tribuna se vuelve
un templo que cubre con sus paredes las palabras del orador, se vuelve un lugar
sagrado… por ello “No subas a la tribuna sin una causa justa que defender; no bajes de
ella, sin la certidumbre de la dignidad cumplida”.
Con esto sabrás,
joven orador, que la palabra entraña el valor de la propia estimación; que la
palabra nace comprometida con el pueblo y a la clase social a que pertenece. Es
un don magnífico; pero es una obligación impostergable.
Fraternalmente,
Ulises Pantoja Baranda
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